Yo sé bien que Dios ha puesto,
Cual un doble muro enhiesto,
Los zarzales dolorosos
Que flanquean, palmo a palmo, tu carril:
Que debajo de tu planta
Cada día se levanta,
Yo no sé que senda púa,
Que te impone, que te manda proseguir;
Que no besa, que no toca,
Ni tu mano, ni tu boca,
Donde no hallen escondidos
Escorpiones trepidantes de furor;
Pues la vida del más justo,
Cual un lecho de Procusto,
No le deja ni un repliegue,
Ni un minuto bien gozado de pasión.