El amigo (burlón).- Esos juramentos que se hacen a los moribundos son la mejor garantía de todo lo contrario. ¿Te acuerdas de cierto cuentecito de Anatole France? Pues este delicioso y zumbón Anatolio, refiere que en un cementerio japonés, sobre una tumba recién cerrada, un viajero vio a una mujercita nipona que con el más coqueto de los abanicos, soplaba sobre la tierra húmeda aún.
-¿Qué rito es ése -preguntó el viajero-, qué extraña ceremonia?
Y le fue explicado el caso.
Aquella mujercita acababa de perder a su marido: el más amante y el más amado de los hombres.
En la agonía habíale hecho él jurar que no amaría a ningún otro mortal mientras no se secase la tierra de su fosa.
La mujercita amante, entre lágrimas y caricias, lo había prometido... Y para que la tierra se secara más pronto, ¡soplaba con su abanico!
Yo.- No se trata de un alma japonesa, sino de un alma andaluza, amigo. No me interrumpas. Sigue escuchando.