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Anónimo

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Imitación de María

Capítulo 24

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Que la devoción a San José es excelente complemento del culto de María

Amé a José, a quien, conforme a la voluntad de Dios y de mis padres, escogí por esposo.

Todo entre nosotros fue espiritual, porque nuestro desposorio fue para mayor triunfo de la pureza y de la virginidad.

El mundo no vio prodigio semejante al de nuestra castísima unión, obra solamente de la divina Providencia.

Quiso Dios disponerlo así en mi favor, para que no sufriese mi honra, pues el Hijo de Dios descansó en mi seno, y por esto constituyó guarda y protector mío a San José.

Fuimos ambos como dos lirios sin mancilla, y así como siempre fuimos santos, así también fuimos perpetuamente vírgenes.

Fidelísimo en todo, José me condujo a Egipto, y en Nazaret habitó siempre conmigo.

Estuvo ya antes en Belén en el establo, y adoró conmigo al Salvador del mundo con inefable alegría de su corazón.

Me alimentó con el trabajo de sus manos y con el sudor de su rostro: cuidó de que nada faltase a mi Hijo divino y a Mí.

Virtuosísimo fue en todo mi José, y portose en todo como suelen los Santos.

La humildad, la castidad y la mansedumbre le hicieron muy semejante a Mí y casi igual en todo.

Si consideras cual fue su muerte, la hallaras llena de dulzura.

Mi Hijo y Yo estuvimos con él hasta que expiró en medio de los mayores consuelos.

Enjugué con mis manos el sudor de su agonía, y mi Jesús le cerró los ojos al dormirse como en un sueno suavísimo.

Ahora está con nosotros en la gloria eterna, y protege a sus devotos en vida y en muerte.

¡Oh, si vieses su trono en el cielo! ¡Oh si le contemplases ensalzado en la gloria sobre los Ángeles!

No dudes de su patrocinio, si procuras tenerle constantemente verdadera devoción.

Para que logres dichosa muerte y nuestro auxilio en aquel supremo trance, di a menudo: Jesús, María y José.

Si quieres amarme con amor perfecto, debes también servir con constancia a mi José, ¡Sígueme!

Fin de la Imitación de María

(Escrito por un monje premonstratense anónimo)

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