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Anónimo

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Imitación de María

Capítulo 10

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Que la obediencia es el complemento de la perfección

Para ti, hijo mío, y para todos los que me aman, he sido puesta como ejemplo de obediencia.

Nunca tuve voluntad propia, y por esto me libre de todos los peligros, porque me sujeté plenamente a la ley y voluntad de Dios.

Ciertamente, el Hijo de Dios estuvo sujeto a Mí como a su Madre; pero Yo no le obedecí menos a Él en todo lo que de Mí dispuso su admirable providencia. Obedecí a mis padres; obedecí a mi virginal Esposo; con el fui a Belén, a Egipto y Nazaret; nunca me hice de rogar ni murmuré.

No hay remedio más excelente para vencer la soberbia que la humilde y pronta obediencia.

El soberbio solo sigue su antojo, mientras que el humilde renuncia siempre a su propio parecer.

En nada te apartes de tus superiores; y entiende que por medio de ellos habla el mismo Dios, a quien debes siempre obedecer, y de esto no puedes dudar.

¡Hijo mío! No te metas a disputar porque se te manda esto o aquello a ti y no a otro, pues en esto se prueba tu obediencia y no la ajena.

No mires lo difícil del precepto, sino la gran dulzura de los méritos que gustará tu alma obedeciendo perfectamente.

La tardanza en cumplirlo o bien el murmurar es señal de mala disposición de ánimo, que solo quiere obrar a su antojo.

Guárdate de decir: Mis superiores son hombres como yo, y también se equivocan: esto no te servirá de excusa, pues mandan en nombre de Dios.

¿Acaso miras únicamente los defectos de tus superiores porque no condescienden a tus deseos? Si mandasen a tu gusto, fácilmente los excusarías y aun los alabarías.

Ellos tendrán un juez como tú; pero desde luego tú serás juzgado rigurosamente por no haber obedecido a sus mandatos.

Si obedeces con tristeza, eres semejante a aquel Simón que fue forzado a llevar la cruz de mi Hijo, y lo hizo contra su voluntad.

Si de una vez aprendes a obedecer pronta y alegremente, experimentarás admirable dulzura y tendrás grande esperanza para el día del juicio.

No puede errar el que procura obedecer con sencillez a su superior.

Obedece con más presteza en las cosas que desagradan a tu naturaleza que en las que te agradan: así manifestarás la mortificación de tu alma y el amor a la cruz.

¡Oh! ¡Cuán detestable es el pecado de desobediencia, por el cual el ángel cayó del cielo, y el hombre del paraíso!

¡Oh santa obediencia, tan grande en méritos, tan próxima a Dios, tan inmediata al cielo!

Hijo mío, ama esta virtud sobre todos los tesoros del mundo, y hallarás las riquezas del cielo. ¡Sígueme!

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