Como los Judíos carecían de facultad para hacer morir a nadie, sin que confirmase la sentencia el gobernador romano, Jesús fue conducido por los príncipes de los sacerdotes al pretorio de Pilatos. Subió este a recibirlos y les preguntó:
"¿Qué acusación traéis contra este hombre?"
Respondieron:
"Es una amotinador que anda seduciendo al pueblo y prohíbe pagar el tributo al César, diciendo que él es el Mesías y el rey".
Pilatos volvió a entrar en el pretorio, interrogó a Jesús y convencido que tales acusaciones eran efecto del odio y de la envidia, salió y dijo a los judíos:
"Yo no encuentro crimen alguno en este hombre"
Una gritería espantosa siguió estas palabras, acompañada de de nuestros y amenazas tan graves, que lograron intimidar al propio Juez.
"Yo le castigaré severamente"
"No, no, ¡crucifícale, crucifícale!"
Pilatos, deseoso de salvar a Jesús, insistió:
"Es costumbre que con motivo de la Pascua o suelte un preso. ¿A quién queréis que os suelte, a Jesús o a Barrabás?"
"¡Muera Jesús y suelta a Barrabás!"
"Pero ¿qué mal ha hecho Jesús? Yo no hallo en él delito alguno de muerte, así que después de castigarle, le daré por libre"
Ellos, con grandes clamores pedían que fuese crucificado.