Después de su bautismo y glorificación en el Jordán, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. A cada manifestación de la gloria del Divino Maestro sucede una ocultación primero en Egipto; luego en Nazaret; ahora, en un desierto. Jesús se retiró allí para orar, acompañando la oración con el más riguroso ayuno: se privó de todo alimento por espacio de cuarenta días y cuarenta noches. Después tuvo hambre. Al punto se le acercó el tentador y le dijo:
"Si tú eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan".
Jesús le respondió:
"¡No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios! Es decir si Dios quiere que sufra hambre y viva, viviré sin pan, como Dios lo quiera".
Después le transportó el diablo a la ciudad de Jerusalén, y poniéndole sobre el pináculo del templo, le dijo:
"Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito está: A sus ángeles está encomendado que te guarden en todos tus caminos; ellos te tomarán en las palmas de sus manos".
A lo cual contestó Jesús:
"Escrito está también: ¡No tentarás al Señor tu Dios!"
Otra vez le llevó el diablo a un monte muy elevado y mostrándole todos los reinos de la tierra y su gloria, le dijo:
"Todo esto te daré si, postrándote, me adoras ".
Le respondió Jesús:
"Apártate de mí Satanás; porque escrito está; Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás".
Entonces, acabada toda tentación, le dejó el diablo; y he aquí que los ángeles se acercaron y le sirvieron.