30 de octubre de 1772
Más de cien veces he estado a punto de arrojarme a su cuello. Sólo Dios sabe cuánto padezco al ver pasar una y otra vez ante mí tantos encantos, sin atreverme a extender mis brazos hacia ella. Apoderarse de lo que se ofrece a nuestra vista y nos embelesa, ¿no es un instinto propio de la humanidad? ¿No se esfuerza el niño por coger cuanto le gusta? ¡Y yo!...