13 de julio de 1771
No no me engaño: leo en sus ojos negros el verdadero interés que inspiran mi persona y mi suerte. Conozco, y en esto debo creer a mi corazón, que ella... ¡Oh! ¿Podré y me atreveré a expresar en estas palabras la dicha celestial que siento? Conozco que me ama.
¡Soy amado!... ¡Si vieras cómo me quiere ahora; si vieras... te lo diré, porque tú sabrás comprenderme: si vieras lo mucho más que valgo a mis propios ojos desde que soy dueño de su amor! ¿Somos realmente el uno del otro por sentimiento o sólo por vanidad? No conozco hombre alguno capaz de robarme el corazón de Carlota, y, a pesar de ello, cuando ésta habla de su futuro esposo, con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo como el desgraciado a quien despojan de todos sus títulos y honores, y le obligan a entregar su espada.