8 de julio de 1771
¡Qué niños somos! ¡Con qué vehemencia suspiramos por una mirada! Habíamos ido a pie a Wahlheím; las señoras salieron en coche, y durante nuestro paseo creí ver en los ojos negros de Carlota... Soy un loco: perdóname. Sería preciso que vieras esos ojos. Abreviaré, porque el sueño cierra los míos. Las señoras subieron en el coche, y al lado estábamos el joven W***, Selstadt, Audran y yo. Charlaban por la portezuela con estos jóvenes aturdidos, que son, por cierto, locos y superficiales. Yo buscaba los ojos de Carlota: ¡ay! sus miradas erraban ya a un lado, ya a otro, sin posarse en mí, que sólo de ella me cuidaba. Mi corazón le dijo "adiós" mil veces; pero ella no veía. Pasó el coche y una lágrima me humedeció los párpados. Lo seguí con la vista: Carlota asomó la cabeza por la portezuela y se volvió a mirar... ¡ah!.., ¿era a mí? Amigo mío, floto en esa incertidumbre. Es un consuelo... Acaso se volvió para verme; tal vez... — Buenas noches. ¡Oh!, ¡qué niño soy!