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Goethe

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Las desventuras del joven Werther

Carta 14

95 Capítulos

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29 de junio de 1771

El médico de la ciudad estuvo anteayer en casa del juez y me halló, entre los hermanos de Carlota, echado en el suelo, donde unos gateaban sobre mí, otros me pellizcaban y yo les hacía cosquillas, produciendo todos juntos un ruido espantoso. El doctor, verdadero muñeco sabio, que mientras habla se arregla los puños y una chorrera que vale por dos, juzgó mi faena indigna de un hombre de seso; lo conocí en su semblante. Sin turbarme, ni mucho menos, le dejé decir las cosas más profundas, ocupándome entretanto en levantar los castillos de naipes de los niños, que éstos habían echado por tierra: él se apresuró a decir en la ciudad que los hijos del juez estaban muy mal criados, y que Werther acaba de echarlos a perder.

Sí, querido amigo, no hay nada en el mundo que interese a mi corazón tanto como los niños. Cuando los observo y descubro en esos diablillos los gérmenes de todas las virtudes, de todas las facultades que algún día les serán necesarias; cuando veo en su terquedad la constancia y la entereza futuras, en su travieso desenfado el buen humor y la indiferencia con que más adelante sortearán los peligros de la vida... todo esto tan puro, tan entero... entonces yo repito siempre, siempre, las admirables palabras del gran Maestro de los hombres: ¡Si llegaseis a parecerás a uno de ellos! Y, sin embargo, amigo mío, nosotros tratamos como a esclavos a estas criaturas, que son nuestros semejantes, y que debíamos tomar por modelos. No les concedemos voluntad propia; pero, ¿la tenemos nosotros? ¿Cuál es, pues, nuestra prerrogativa? ¿Acaso consiste en la mayor edad e inteligencia? ¡Oh, Santo Dios! Desde tu cielo tú ves niños viejos, niños jóvenes, y nada más. "Hace mucho tiempo que tu Hijo nos hizo saber cuáles son los que tú prefieres. Pero los hombres creen en él y no le escuchan: ésta es también una antigua costumbre... y hacen a sus hijos como ellos son y... — Adiós, Guillermo; no quiero desatinar más sobre esta materia.

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