Pedro A. de Alarcón
Las rocas crujen sobre mi cabeza.
Parece que la isla va a partirse en mil pedazos.
Este debe de ser el vendaval del equinoccio...
Es decir, que Marzo habrá mediado ya y que el sol lucirá en el horizonte...
¡Voy a salir! ¡Quiero ver el cielo! ¡Quiero ver el sol!
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Pero ¿qué oigo?
Los osos blancos rugen terriblemente... ¡Mejor! ¡Lucharemos!...
¡También yo tengo hambre de sangre caliente, de carne que palpite entre mis uñas!
Cojo la escopeta; rompo el hielo que obstruye la entrada de esta gruta, y salgo...
¡Extraña debe de ser mi aparición entre las nieves! ¡Pareceré una fiera que deja su cubil, un monstruo que sale del infierno, Lázaro que se levanta de la tumba!