Cuando las dos amigas se quedaron solas, en la amplia habitación que servía de taller a la talabartera, Nicolasa, cediendo a la fuerza de la costumbre, se puso a coser un collerón, y Nieves, a su lado, empezó la confidencia.
Lo primero fue ponerla en antecedentes de la alcurnia de Juanito: Hijo de unos pescadores del barrio de las Almadravillas, se había criado desnudo y descalzo en la playa, hasta que ya mocetón, echaba una mano para varar las barcas, o para tirar de la jábega y ayudar a sacar el copo. No hacía mucho, iba descalzo, con el pantalón remangado, doblado bajo el peso de la nasa llena de peces coleantes, que iba a llevar al mercado, corriendo con un trote de burriquillo moruno la carretera, a fin de llegar de los primeros.
Pero era listo, había aprendido a leer, a escribir y hacer cuentas. Cuando ella Ío conoció repartía un periódico. Así empezaron a hablar, Juanito. le hizo pequeños servicios La miraba de una manera profunda, ansiosa, ardiente, que conmovía todo su ser... y un día... sin saber como...
— Pasó lo que debía pasar—concluyó.
Nicolasa se quedó sorprendida, con la aguja en alto.
— Pero entonces, ¿para qué casarse ya?
— Es que yo comprendí que lo quería con toda mi alma, que no podía vivir sin él. Me lo disputaban y quise defenderlo.
Juanito tenía una amiga, una muchachuela joven, una perdida, viciosa y precoz, de la que no podía desprenderse. Nieves le exigió el matrimonio como prueba de que se acababa aquello, y él accedió, casándose en artículo de muerte, cuando Nieves tuvo la gripe.
— ¿Pero entonces?
No dejó que Nicolasa acabase la pregunta.
—Esa mujer—dijo—lo dejó que se casara por interés, por heredarme... Esos amores siguen y él la mantiene a mis expensas.
—¿Y cómo no-me decías nada de eso en tus cartas?
— ¿Para qué? No tiene remedio.
—¿No es bueno para ti?
— Cariñosísimo, obediente, no hay más voz que la mía, es capaz de dejarse pegar.
—¿No te atiende?
— Sí, y me cuida, y cumple todos sus deberes de marido admirablemente.
—¿Tiene vicios?
— No . ... no juega, no bebe, ni siquiera fuma.
— Pues entonces, mientes, no tienes razón de quejarte.
— Es que tú no sabes lo que es una pasión como la que yo tengo por mi marido. Os creéis que las pasiones pasan coo la edad, pero es todo lo contrario, se acrecientan. A los quince años hay muchas cosas desconocidas en la vida que nos atraen. A los cincuenta la vida toda se cifra en una sola cosa.
— Pero si él te corresponde... Si no te falta.
— No importa. Yo sé que él ve a esa mujer. En cuanto lo pierdo de vista comienza mí tormento. Te aseguro que la mato. ¡Que no puedo vivir así!
— ¿Le has dicho a él todo eso?
— Sí, y me jura que no quiere en el mundo más que a mí, que soy su adoración.
— ¡Lo ves!
— Pero no me niega que ve a la otra. Lo atrae una fuerza fatal, lo persigue. La aborrece, sabe que lo engaña con todo el mundo, y sin embargo no puede dejar de ir con ella.
—Eso es algo que le ha dado esa mala mujer.
— Muchas personas me lo dicen.
—¿Y no has hecho nada para averiguarlo?
— ¡Vaya si he hecho!
La amiga dejó la aguja llena de curiosidad.
— Cuéntame.
— He consultado brujas, barajaras, sonámbulas, espiritistas... Mira.
Le mostraba recortes de reclamos que llevaba ocultos en una bolsita, en el fondo de la faltriquera, a usanza antigua, que llevaba bajo la falda.
Nicolasa leía:
Espiritista Japonesa
¿Queréis apreciar, la verdadera ciencia oculta? Consultad este fenómeno, pues sólo ella posee el verdadero poder de garantizar la felicidad. Hasta hoy ella es la sola, la única, la verdadera espiritista que hay en el mundo. No tiene rival; lo alcanza todo por difícil que sea; proporciona buenos casamientos, reconcilia amores mal correspondidos, trata de mal oculto; vende buenos talismanes para suerte. Trabaja con rapidez y seriedad, Enviar nombre y cinco pesetas. Hotel del Príncipe. Sólo estará aquí ocho días.»
Otra:
Barajera
La Bruja de la Alcazaba, la más conocida, acreditada y única mujer que posee la virtud de alcanzar todo lo que se desea. No acepta dinero adelantado por su trabajo. Cada cual da lo que quiere. Enviar dos peseras a M. J. Almanzor, 80.»
Otra:
Juana Martínez
Consultas de sonambulismo, de seis a diez de la noche. Cartomancia todo el día: Procedimientos magnéticos, hipnóticos, espiritistas; cura los males de hechicería. Precios módicos. Belén , 20.»
Otra:
Astrología Kabalística
Se lee horóscopo astrológico, fundado en la influencia de los astros en el momento del nacimiento. Se consigue cuanto se desee. El Brujo del Quemadero. Calle de la Unión, número 102.»
—¿Has visto todo esto?
— Sí, y muchas más. Gentes que tenían fama en los pueblos cercanos... y nada he conseguido.-
— Pues te advierto que todo esto es verdad. Madrid está lleno de estas cosas y dicen que todas las grandes ciudades están igual.
—¿Pero será cierto?
— No hay que dudar. Aquí vino una gran adivinadora francesa que iba hasta los palacios y hablaba con los periodistas y todo. No son charlatanas.
— Es que el poder que tiene agarrado a mi marido es muy grande.
— ¿Y no te han dado nada para libertarlo?
— Sí. El Brujo del Quemadero me pidió unos calzones sucios, unos calcetines sudados, excremento y cabello de los dos. Pero como no pude conseguir los de ella no surtió efecto la medicina que me dio para que se la cosiera en el forro del chaleco.
— ¿Y las otras?
—La Bruja de la Alcazaba me hizo unas botellas de un agua verde, que tuve que romper en el tramo de la casa d e esa mujer al dar el reloj las doce campanadas de la media noche. Y unos polvos, con mucho azafrán, para que él los pisara. Pareció que iba a dejar de ir a verla, pero al cabo de un mes volvió.
—¿Cómo lo sabes?
— Tengo gentes que lo siguen, que lo espían, que me lo cuentan todo.
— ¡Po re Nieves! ¡Cómo te pondrán la cabeza esas gentes con mentiras y el dinero que te costarán!
— No me importa quedarme sin camisa para vencer a esa mujer. Si nada me sirve, la mataré.
— No seas loca, ¡Qué falta hubiera hecho que hablaras con tu madre!
— ¿Crees que sabía de verdad ese oficio?
— Y mucho mejor que esas que se anuncian y se dan postín. Como vivía mi madre al lado hemos visto mucho. Nunca te he querido hablar de esto...
— Cuéntame.
— Es que da mucho miedo. La vimos una vez a las doce de la noche, en pelota viva, con el pelo colgando, delante de la ventana abierta, dándole puñaladas al corazón de un borrego negro, que había comprado aquella mañana, y lo tenía puesto encima de una maceta llena de tierra del cementerio.
— ¿Y para qué hacía eso?
— Para tocar en el corazón de un hombre que se fue a Buenos Aires dejando la novia abandonada. Desde aquella propia hora el hombre se empezó a acordar de su novia; vino y se casó con ella.
— ¡Es asombroso!
—Pero a veces hacía mal. Con esos alfileres que clavaba en los muñecos de trapo mataba gente. Una vez quiso matar a una vecina, que se salvó porque le aconsejaron que estuviese siempre rodeada de carbón, para que no pasara el maleficio.
— ¡Qué miedo!
— Tu madre hizo mucho bien y mucho mal. A una bribona que quería a un hombre casado le mandó comprar siete varas de cinta verde y pagarlas sin mirar ni la cinta ni el dinero. Después se la preparó, y con unas tijeras en cruz debajo de la almohada la muchacha amarró la cinta, cuando el amante estaba acostado, sin que lo viera, y quedó tan amarrado que dejó mujer y todo para irse con ella.
—¡Quién hubiera sabido todo eso!
—Tu madre lo que me preparaba eran bebedizos.
— Eso a mí me da miedo. Lo único que me he atrevido a darle es el Haba.
— ¿Qué es eso?
—Verás. Hay que tragarse tres habas en ayunas, y luego ... esperar que salgan.
— Si que son poco limpias las recetas.
— Pero son inofensivas. Ya ves tú allí que han llegado por superstición a matar a un niño pequeño para beberse su sangre y curar a un viejo, qué cosas harán. Esto no puede ser malo.
— ¿Qué hacías con ellas?
— Molerlas y repartírselas en nueve comidas. Mientras él las comía yo tenía que decir:
«Come, perro goloso, come de mi vientre florido y hermoso. Todas las mujeres te parecerán feas, negras y descoloridas y solo yo la reina florida.»
— No le des jamás cosas por la boca, Nieves, créeme
— Sí te creo. He visto tantas cosas en esos países pasionales, que tengo miedo. Allí es muy frecuente dar cornezuelo de centeno y cosas que quitan o los hombres la voluntad y los ponen lelos. Hay un joven, muy guapo, al que la novia le dio cosa para que la quisiera, y anda por la calle completamente idiota, seguido de los chiquillos, que le llaman el Chacho José.
— Eso sería un remordimiento terrible.
— Es verdad. No quiero ni pensarlo.