El ángel de la guarda - Pedro A. de Alarcón

-¡Señor cura! ¡Señor cura! -gritó en esto la madre de Clara, interrumpiendo a Manuel-. ¡Diga usted que es mentira! ¡Yo no he matado a mi hijo! ¡Lo mataron ellos! ¡Lo ahogué yo por librarlos! ¡Se ahogó él por librarnos a todos! ¡Ah, señor cura! Perdóneme usted... ¡Yo no soy una mujer mala! ¡Yo me he vuelto loca por mi Miguel, por el hijo de mi vida!... ¡Yo no soy una mala madre!

-¡Señor cura! -dijo Clara-. Hemos traído a usted hasta aquí para que bendiga ese agua, en que arrojamos el cadáver de mi hermano cuando huimos de Tarragona la noche del 28 de junio de 1811. El peligro que corríamos no nos dejó tiempo de enterrarlo...

-¿No es verdad que Miguel estará en el Cielo, señor cura? -preguntó Manuel, enjugándose las lágrimas.

-Sí, hijos míos... -respondió el sacerdote-. ¡Yo os lo aseguro en nombre de Dios y en nombre de la Patria! Y usted, no llore... -continuó, dirigiéndose a la anciana-. ¡Dios bendice el martirio que usted sufre, como yo bendigo al inocente niño que lo causó! ¡En el Cielo encontrará usted a su hijo, y con él la alegría del alma! En cuanto a vosotros, que tan felices podéis ser sobre la Tierra, no olvidéis que comprasteis vuestra dicha al precio del tormento de los demás. ¡Atormentaos también cuando vuestro prójimo os necesite!

Así dijo el sacerdote; y, a la luz del sol primaveral, en medio de los floridos campos, al son de la música de las aves, acompañado, en fin, de todas las alegrías de la Naturaleza, bendijo el lugar en que las aguas del Francolí sirvieron de tumba al venturoso niño que fue el Ángel de la Guarda de su familia.


Madrid, 1859.

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Pedro A. de Alarcón

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El ángel de la guarda

Capítulo 5

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-¡Señor cura! ¡Señor cura! -gritó en esto la madre de Clara, interrumpiendo a Manuel-. ¡Diga usted que es mentira! ¡Yo no he matado a mi hijo! ¡Lo mataron ellos! ¡Lo ahogué yo por librarlos! ¡Se ahogó él por librarnos a todos! ¡Ah, señor cura! Perdóneme usted... ¡Yo no soy una mujer mala! ¡Yo me he vuelto loca por mi Miguel, por el hijo de mi vida!... ¡Yo no soy una mala madre!

-¡Señor cura! -dijo Clara-. Hemos traído a usted hasta aquí para que bendiga ese agua, en que arrojamos el cadáver de mi hermano cuando huimos de Tarragona la noche del 28 de junio de 1811. El peligro que corríamos no nos dejó tiempo de enterrarlo...

-¿No es verdad que Miguel estará en el Cielo, señor cura? -preguntó Manuel, enjugándose las lágrimas.

-Sí, hijos míos... -respondió el sacerdote-. ¡Yo os lo aseguro en nombre de Dios y en nombre de la Patria! Y usted, no llore... -continuó, dirigiéndose a la anciana-. ¡Dios bendice el martirio que usted sufre, como yo bendigo al inocente niño que lo causó! ¡En el Cielo encontrará usted a su hijo, y con él la alegría del alma! En cuanto a vosotros, que tan felices podéis ser sobre la Tierra, no olvidéis que comprasteis vuestra dicha al precio del tormento de los demás. ¡Atormentaos también cuando vuestro prójimo os necesite!

Así dijo el sacerdote; y, a la luz del sol primaveral, en medio de los floridos campos, al son de la música de las aves, acompañado, en fin, de todas las alegrías de la Naturaleza, bendijo el lugar en que las aguas del Francolí sirvieron de tumba al venturoso niño que fue el Ángel de la Guarda de su familia.


Madrid, 1859.

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