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Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS

"El libro de la vida"

Capítulo 23

  CAPÍTULOS:

Biografía de Santa Teresa de Jesús en Wikipedia 

SANTA TERESA DE JESÚS

 

EL LIBRO DE LA VIDA

Cap. 23

 
OBRAS DE SANTA TERESA DE JESÚS

PROSA

El libro de la vida

Camino de perfección

Las moradas

POESÍA

A la profesión de Isabel de los Angeles

Alma, buscarte has en mí

Al nacimiento de Jesús

A San andrés

A Santa Catalina mártir

A una profesa

Ayes del destierro

Coloquio amoroso

Cruz, descanso sabroso

En la cruz está la vida

En la festividad de los santos reyes

Nada te turbe

¡Oh hermosura que excedéis!

Para navidad

Pastores que veláis

Sobre aquellas palabras "Dilectus meus mihi"

Soneto a Jesús crucificado

Vivo sin vivir en mí

Vuestra soy, para vos nací

 

OTROS AUTORES

San Agustín

San Juan de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz

Miguel de Unamuno

 
 
Capítulo 23

En que torna a tratar del discurso de su vida, y cómo comenzó a tratar de más perfección, y  por qué medios. Es provechoso para las personas que tratan de gobernar almas que tienen oración saber cómo se han de haber en los principios, y el provecho que le hizo saberla llevar. *

 

1. Quiero ahora tornar adonde dejé de mi vida (1), que me he detenido, creo, más de lo que me había de detener, porque se entienda mejor lo que está por venir. Es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía; la que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es que vivía Dios en mí (2), a lo que me parecía; porque entiendo yo era imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres y obras. Sea el Señor alabado que me libró de mí.

2. Pues comenzando a quitar ocasiones y a darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes, como quien deseaba, a lo que pareció, que yo las quisiese recibir. Comenzó Su Majestad a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas veces de unión, que duraba mucho rato (3).

Yo, como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres y engaños que las había hecho el demonio (4), comencé a temer, como era tan grande el deleite y suavidad que sentía, y muchas veces sin poderlo excusar, puesto que veía en mí por otra parte una grandísima seguridad que era Dios, en especial cuando estaba en la oración, y veía que quedaba de allí muy mejorada y con más fortaleza. Mas en distrayéndome un poco, tornaba a temer y a pensar si quería el demonio, haciéndome entender que era bueno, suspender el entendimiento para quitarme la oración mental y que no pudiese pensar en la Pasión ni aprovecharme del entendimiento, que me parecía a mí mayor pérdida, como no lo entendía.

3. Mas como Su Majestad quería ya darme luz para que no le ofendiese ya y conociese lo mucho que le debía, creció de suerte este miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien tratar, que ya tenía noticia de algunos, porque habían venido aquí los de la Compañía de Jesús (5), a quien yo sin conocer a ninguno era muy aficionada, de sólo saber el modo que llevaban de vida y oración; mas no me hallaba digna de hablarlos ni fuerte para obedecerlos, que esto me hacía más temer, porque tratar con ellos y ser la que era hacíaseme cosa recia.

4. En esto anduve algún tiempo, hasta que ya, con mucha batería (6) que pasé en mí y temores, me determiné a tratar con una persona espiritual para preguntarle qué era la oración que yo tenía, y que me diese luz, si iba errada, y hacer todo lo que pudiese por no ofender a Dios. Porque la falta como he dicho (7) que veía en mí de fortaleza me hacía estar tan tímida.

¡Qué engaño tan grande, válgame Dios, que para querer ser buena me apartaba del bien! En esto debe poner mucho el demonio en el principio de la virtud, porque yo no podía acabarlo conmigo. Sabe él que está todo el medio (8) de un alma en tratar con amigos de Dios, y así no había término para que yo a esto me determinase. Aguardaba a enmendarme primero, como cuando dejé la oración (9), y por ventura nunca lo hiciera, porque estaba ya tan caída en cosillas de mala costumbre que no acababa de entender eran malas, que era menester ayuda de otros y darme la mano para levantarme. Bendito sea el Señor que, en fin, la suya fue la primera.

5. Como yo vi iba tan adelante mi temor, porque crecía la oración, parecióme que en esto había algún gran bien o grandísimo mal. Porque bien entendía ya era cosa sobrenatural lo que tenía, porque algunas veces no lo podía resistir. Tenerlo cuando yo quería, era excusado. Pensé en mí que no tenía remedio si no procuraba tener limpia conciencia y apartarme de toda ocasión, aunque fuese de pecados veniales, porque, siendo espíritu de Dios, clara estaba la ganancia; si era demonio, procurando yo tener contento al Señor y no ofenderle, poco daño me podía hacer, antes él quedaría con pérdida. Determinada en esto y suplicando siempre a Dios me ayudase, procurando lo dicho algunos días, vi que no tenía fuerza mi alma para salir con tanta perfección a solas, por algunas aficiones que tenía a cosas que, aunque de suyo no eran muy malas, bastaban para estragarlo todo.

6. Dijéronme de un clérigo letrado que había en este lugar (10), que comenzaba el Señor a dar a entender a la gente su bondad y buena vida. Yo procuré por medio de un caballero santo que hay en este lugar (11). Es casado, mas de vida tan ejemplar y virtuosa, y de tanta oración y caridad, que en todo él resplandece su bondad y perfección. Y con mucha razón, porque grande bien ha venido a muchas almas por su medio, por tener tantos talentos, que, aun con no le ayudar su estado, no puede dejar con ellos de obrar. Mucho entendimiento y muy apacible para todos. Su conversación no pesada, tan suave y agraciada, junto con ser recta y santa, que da contento grande a los que trata. Todo lo ordena para gran bien de las almas que conversa, y no parece trae otro estudio sino hacer por todos los que él ve se sufre (12) y contentar a todos.

7. Pues este bendito y santo hombre, con su industria (13), me parece fue principio para que mi alma se salvase. Su humildad a mí espántame, que con haber, a lo que creo, poco menos de cuarenta años que tiene oración no sé si son dos o tres menos, y lleva toda la vida de perfección (14), que, a lo que parece, sufre su estado. Porque tiene una mujer tan gran sierva de Dios y de tanta caridad, que por ella no se pierde; en fin, como mujer de quien Dios sabía había de ser tan gran siervo suyo, la escogió. Estaban deudos suyos casados con parientes míos (15). Y también con otro harto siervo de Dios, que estaba casado con una prima mía, tenía mucha comunicación.

8. Por esta vía procuré viniese a hablarme este clérigo que digo (16) tan siervo de Dios, que era muy su amigo, con quien pensé confesarme y tener por maestro. Pues trayéndole para que me hablase, y yo con grandísima confusión de verme presente de hombre tan santo, dile parte (17) de mi alma y oración, que confesarme no quiso: dijo que era muy ocupado, y era así. Comenzó con determinación santa a llevarme como a fuerte, que de razón había de estar según la oración vio que tenía, para que en ninguna manera ofendiese a Dios.

Yo, como vi su determinación tan de presto en cosillas que, como digo (18), yo no tenía fortaleza para salir luego con tanta perfección, afligíme; y como vi que tomaba las cosas de mi alma como cosa que en una vez había de acabar con ella, yo veía que había menester mucho más cuidado.

9. En fin, entendí no eran por los medios que él me daba por donde yo me había de remediar, porque eran para alma más perfecta; y yo, aunque en las mercedes de Dios estaba adelante, estaba muy en los principios en las virtudes y mortificación. Y cierto, si no hubiera de tratar más de con él, yo creo nunca medrara mi alma; porque de la aflicción que me daba de ver cómo yo no hacía ni me parece podía lo que él me decía, bastaba para perder la esperanza y dejarlo todo.

Algunas veces me maravillo, que siendo persona que tiene gracia particular en comenzar a llegar almas a Dios, cómo no fue servido entendiese la mía ni se quisiese encargar de ella, y veo fue todo para mayor bien mío, porque yo conociese y tratase gente tan santa como la de la Compañía de Jesús.

10. De esta vez quedé concertada con este caballero santo, para que alguna vez me viniese a ver. Aquí se vio su gran humildad, querer tratar con persona tan ruin como yo. Comenzóme a visitar y a animarme y decirme que no pensase que en un día me había de apartar de todo, que poco a poco lo haría Dios; que en cosas bien livianas había él estado algunos años, que no las había podido acabar consigo. ¡Oh humildad, qué grandes bienes haces adonde estás y a los que se llegan a quien la tiene! Decíame este santo (que a mi parecer con razón le puedo poner este nombre) flaquezas, que a él le parecían que lo eran, con su humildad, para mi remedio; y mirado conforme a su estado, no era falta ni imperfección, y conforme al mío, era grandísima tenerlas.

Yo no digo esto sin propósito, porque parece me alargo en menudencias, e importan tanto para comenzar a aprovechar un alma y sacarla a volar (que aún no tiene plumas, como dicen), que no lo creerá nadie, sino quien ha pasado por ello. Y porque espero yo en Dios vuestra merced ha de aprovechar muchas (19), lo digo aquí, que fue toda mi salud saberme curar y tener humildad y caridad para estar conmigo, y sufrimiento de ver que no en todo me enmendaba. Iba con discreción, poco a poco dando maneras para vencer el demonio. Yo le comencé a tener tan grande amor, que no había para mí mayor descanso que el día que le veía, aunque eran pocos. Cuando tardaba, luego me fatigaba mucho, pareciéndome que por ser tan ruin no me veía.

11. Como él fue entendiendo mis imperfecciones tan grandes, y aun serían pecados (aunque después que le traté, más enmendada estaba), y como le dije las mercedes que Dios me hacía, para que me diese luz, díjome que no venía lo uno con lo otro (20), que aquellos regalos eran ya de personas que estaban muy aprovechadas y mortificadas, que no podía dejar de temer mucho, porque le parecía mal espíritu (21) en algunas cosas, aunque no se determinaba, mas que pensase bien todo lo que entendía de mi oración y se lo dijese. Y era el trabajo que yo no sabía poco ni mucho decir lo que era mi oración; porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo decir, ha poco que me lo dio Dios (22).

12. Como me dijo esto, con el miedo que yo traía, fue grande mi aflicción y lágrimas. Porque, cierto, yo deseaba contentar a Dios y no me podía persuadir a que fuese demonio; mas temía por mis grandes pecados me cegase Dios para no lo entender.

Mirando libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en uno que se llama Subida del Monte (23), en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía en aquel no pensar nada, que esto era lo que yo más decía: que no podía pensar nada cuando tenía aquella oración; y señalé con unas rayas las partes que eran, y dile el libro para que él y el otro clérigo que he dicho, santo y siervo de Dios, lo mirasen y me dijesen lo que había de hacer; y que, si les pareciese, dejaría la oración del todo, que para qué me había yo de meter en esos peligros; pues a cabo de veinte años casi que había que la tenía (24), no había salido con ganancia, sino con engaños del demonio, que mejor era no la tener; aunque también esto se me hacía recio, porque ya yo había probado cuál estaba mi alma sin oración.

Así que todo lo veía trabajoso, como el que está metido en un río, que a cualquier parte que vaya de él teme más peligro, y él se está casi ahogando.

Es un trabajo muy grande éste, y de éstos he pasado muchos, como diré adelante; (25) que aunque parece no importa, por ventura hará provecho entender cómo se ha de probar el espíritu.

13. Y es grande, cierto, el trabajo que se pasa, y es menester tiento, en especial con mujeres, porque es mucha nuestra flaqueza y podría venir a mucho mal diciéndoles muy claro es demonio; sino mirarlo muy bien, y apartarlas de los peligros que puede haber, y avisarlas en secreto pongan mucho (26) y le tengan ellos, que conviene.

Y en esto hablo como quien le cuesta harto trabajo no le tener algunas personas con quien he tratado mi oración, sino preguntando unos y otros, por bien me han hecho harto daño, que se han divulgado cosas que estuvieran bien secretas pues no son para todos y parecía las publicaba yo. Creo sin culpa suya lo ha permitido el Señor para que yo padeciese. No digo que decían lo que trataba con ellos en confesión; mas, como eran personas a quien yo daba cuenta por mis temores para que me diesen luz, parecíame a mí habían de callar. Con todo, nunca osaba callar cosa a personas semejantes.

Pues digo que se avise con mucha discreción, animándolas y aguardando tiempo, que el Señor las ayudará como ha hecho a mí; que si no, grandísimo daño me hiciera, según era temerosa y medrosa. Con el gran mal de corazón que tenía, espántome cómo no me hizo mucho mal (27).

14. Pues como di el libro, y hecha relación de mi vida (28) y pecados lo mejor que pude por junto (que no confesión, por ser seglar, mas bien di a entender cuán ruin era), los dos siervos de Dios miraron con gran caridad y amor lo que me convenía.

Venida la respuesta que yo con harto temor esperaba, y habiendo encomendado a muchas personas que me encomendasen a Dios y yo con harta oración aquellos días, con harta fatiga vino a mí y díjome que, a todo su parecer de entrambos, era demonio; que lo que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de Jesús, que como yo le llamase diciendo tenía necesidad vendría, y que le diese cuenta de toda mi vida por una confesión general, y de mi condición, y todo con mucha claridad; que por la virtud del sacramento de la confesión le daría Dios más luz; que eran muy experimentados en cosas de espíritu; que no saliese de lo que me dijese en todo, porque estaba en mucho peligro si no había quien me gobernase.

15. A mí me dio tanto temor y pena, que no sabía qué me hacer. Todo era llorar. Y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo qué había de ser de mí, leí en un libro que parece el Señor me lo puso en las manos que decía San Pablo: Que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio engañados (29). Esto me consoló mucho.

Comencé a tratar de mi confesión general y poner por escrito todos los males y bienes, un discurso de mi vida lo más claramente que yo entendí y supe, sin dejar nada por decir (30).

Acuérdome que como vi, después que lo escribí, tantos males y casi ningún bien, que me dio una aflicción y fatiga grandísima. También me daba pena que me viesen en casa tratar con gente tan santa como los de la Compañía de Jesús, porque temía mi ruindad y parecíame quedaba obligada más a no lo ser y quitarme de mis pasatiempos, y si esto no hacía, que era peor; y así, procuré con la sacristana y portera no lo dijesen a nadie. Aprovechóme poco, que acertó a estar a la puerta, cuando me llamaron, quien lo dijo por todo el convento. Mas ¡qué de embarazos pone el demonio y qué de temores a quien se quiere llegar a Dios!

16. Tratando con aquel siervo de Dios (31) que lo era harto y bien avisado toda mi alma, como quien bien sabía este lenguaje (32), me declaró lo que era y me animó mucho. Dijo ser espíritu de Dios muy conocidamente, sino que era menester tornar de nuevo a la oración: porque no iba bien fundada, ni había comenzado a entender mortificación (y era así, que aun el nombre no me parece entendía), y que en ninguna manera dejase la oración, sino que me esforzase mucho, pues Dios me hacía tan particulares mercedes; que qué sabía si por mis medios quería el Señor hacer bien a muchas personas, y otras cosas (que parece profetizó lo que después el Señor ha hecho conmigo); que tendría mucha culpa si no respondía a las mercedes que Dios me hacía.

En todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo para curar mi alma, según se imprimía en ella.

17. Hízome gran confusión. Llevóme por medios que parecía del todo me tornaba otra. ¡Qué gran cosa es entender un alma! Díjome tuviese cada día oración en un paso de la Pasión, y que me aprovechase de él, y que no pensase sino en la Humanidad (33), y que aquellos recogimientos y gustos resistiese cuanto pudiese, de manera que no los diese lugar hasta que él me dijese otra cosa.

18. Dejóme consolada y esforzada, y el Señor que me ayudó y a él para que entendiese mi condición y cómo me había de gobernar. Quedé determinada de no salir de lo que me mandase en ninguna cosa, y así lo hice hasta hoy. Alabado sea el Señor, que me ha dado gracia para obedecer a mis confesores, aunque imperfectamente; y casi siempre han sido de estos benditos hombres de la Compañía de Jesús; aunque imperfectamente, como digo, los he seguido.

Conocida mejoría comenzó a tener mi alma, como ahora diré.

 

NOTAS CAPÍTULO 23

Reanuda el relato autobiográfico. Lo había interrumpido en el c. 10. Los capítulos 11-21 intercalan un tratado doctrinal sobre la oración y sus grados. Lo introdujo para "declarar algo de cuatro grados de oración en que el Señor... ha puesto algunas veces mi alma" (11, 8). Ahora asegura que servirán para que "se entienda mejor lo que está por venir" (23, 1), es decir, para hacer comprensible el relato autobiográfico que se desplaza del plano exterior al plano de los hechos y experiencias místicas: "libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva" (23, 1). - Para ello, regresa a "los principios", no de su vida, sino de su "experiencia mística": en torno a 1554/1555, cuando ella contaba 40 años.

1 Interrumpió el relato en el c. 10, albores de su vida mística.

2 Paralelismo con el dicho y la experiencia de San Pablo: Gal 2, 20 ("no vivo yo, vive en mí Cristo"), ya recordada en el c. 6, 9.

3 Oración de quietud y... de unión: las dos modalidades místicas expuestas en la 2ª y 4ª agua: cc. 14-15 y 18-21.

4 Los casos de visionarias embusteras habían sido una plaga de la espiritualidad española de los decenios anteriores a estas efemérides vividas por la Santa. Habían pululado entre "alumbrados" y "espirituales", motivando intervenciones ruidosas de la Inquisición. Aún era reciente y sonado el caso de sor Magdalena de la Cruz, abadesa de las Clarisas de Córdoba, cuyos embustes llegaron a embaucar la propia corte imperial, y cuyo proceso inquisitorial (1544-1546) "puso espanto a toda España", en frase del P. RIBERA (Vida de Santa Teresa, I, c. 11). "Tiempos recios", los definiría ella (33, 5).

5 Los jesuitas habían fundado en Avila el Colegio de San Gil en 1544. De este año datan los hechos que ahora cuenta la Santa.

6 Batería: turbación, guerra interior. - La persona espiritual aludida a continuación es difícil de identificar. Quizás coincida con "el caballero santo" del n. 6.

7 En el n. 3.

8 Medio: remedio.

9 Referido en el c. 7, 1 y deplorado en el c. 19, 10 ss.

10 "El maestro Daza", anota Gracián en su ejemplar. - Este lugar: Avila. - El clérigo letrado, Gaspar Daza ( 1592), sacerdote secular de Avila que en adelante intervendrá activamente en las cosas de la Santa y la ayudará en la fudación de San José (32, 18; y 36, 18).

11 "Francisco de Salcedo", anota Gracián en su ejemplar. Inmortalizado por la Santa con el título de "caballero santo". Asistió 20 años a las clases de teología en Santo Tomás de Avila, y vivió como un auténtico "espiritual" de su siglo. Al enviudar (1570), se ordenó sacerdote. Muerto en 1580, fue sepultado en el primer carmelo teresiano, en la capilla de San Pablo, fundada por él mismo.

12 Se sufre: se puede.

13 Industria: diligencia, habilidad.

14 La frase queda más clara suprimiento la "y". Fray Luis retocó todo el pasaje (p. 275). - A continuación: sufre su estado: es compatible con su estado de casado.

15 Salcedo estaba casado conDñaMencía del Aguila (prima deDñaCatalina del Aguila que fue mujer de Pedro S. de Cepeda, el tío aquel que inició a la Santa en la lectura de libros espirituales: c. 3, 4 y c. 4, 7). -El otro harto siervo de Dios era D. Alonso Alvarez Dávila, "hombre -según el P. Ribera- muy noble en linaje, y más en virtudes, por cuya causa le llamaban Alonso Alvarez el santo" (Vida de S. Teresa L. 2, c. 5). Una de sus hijas se hará carmelita en San José de Avila con el nombre de María de San Jerónimo, (cf. Ribera, ib. ).

16 Gaspar Daza.

17 Dile parte: lo informé.

18 Cf. n. 5.

19 Vuestra merced: García de Toledo. Ha de aprovechar a muchas almas. - A continuación: saberme él curar.

20 Es decir: que no eran compatibles los pecados y las mercedes místicas.

21 Mal espíritu: eufemismo por "demonio", como la Santa entenderá enseguida (nn. 12 y 13).

22 Cf. c. 17 nota 17.

23 Subida del Monte Sión, por la vía contemplativa. Contiene el conocimiento nuestro y el seguimiento de Cristo y el reverenciar a Dios en la contemplación quieta, copilado en un convento de frailes menores... Impreso por primera vez en Sevilla en 1535, fue su autor BERNARDINO DE LAREDO, lego franciscano y médico que había sido de D. Juan II de Portugal.

24 Veinte años: desde 1536/1537 aproximadamente (cf. 4, 7). En 1554/55 eran algo menos de 20 años. Cf. otras alusiones a este período en el c. 17, 2; 19, 11; y 8, 3 notas 4 y 6.

25 Cf. c. 28, nn. 5-6 y los últimos cc. de Vida.

26 En orden: "avisarlas pongan mucho cuidado en tener secreto...".

27 Ya ha hablado de su "mal de corazón" en el c. 4, 5; 7, 11; y lo dirá especialmente en el c. 25, 14.

28 O sea, el libro de B. de Laredo (cf. n. 12), anotado, y además una relación autobiográfica, probablemente la primera escrita por la Santa. No ha llegado hasta nosotros.

29 Es el pasaje de 1 Cor 10, 13. El libro en que, probablemente, lo leyó ella, fue el "Tercer Abecedario" de Osuna (Tr. 5, c. 4). Cf. ROMAN LLAMAS: Una cita teresiana en Vida 23, 15". En Monte Carmelo 92 (1984), pp. 461-468. - El mismo episodio se repetirá años más tarde (1575) y lo referirá ella en la Rel 58.

30 Nueva Relación autobiográfica, también perdida.

31 "El P. Zetina", anota el P. Gracián en su ejemplar. El jesuita Diego de Cetina (1531-1572), ordenado sacerdote en 1544, es aún estudiante de teología. Nacido en Huete (Cuenca), contaba sólo 23/24 años cuando se hace cargo de los problemas de la Santa.

32 Bien sabía este lenguaje: entendía de cosas de espíritu. Cf. 11, 6; 12, 5; 14, 8 y de nuevo en 27, 7.

33 La Humanidad de Cristo.

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