Todo eso lo he tolerado, señora, pensando que Celia atravesaba una crisis que era necesario dejar pasar.

Creía que estaba en casa de usted, y esa era una garantía suficiente para mi honor.

Pero hoy he sabido que Celia no se halla con usted, y creo que como marido tengo el derecho de conocer su paradero, el que no puedo menos de sospechar. Por eso, señora, la conjuro a que me lo comunique usted.

Le prometo, en cambio, evitar el escándalo, que en otra forma sería inevitable, pues estoy decidido a dar parte a la policía de la fuga de Celia.

Reflexione usted, señora, y contésteme mañana sin falta.

Yo iré a buscar a Celia, la conduciré a casa de usted y luego la dejaré en libertad, dándole toda clase de facilidades para que inicie el divorcio. Después de lo sucedido, ya nada es posible entre nosotros. Pero entretanto, ella lleva mi nombre y yo no puedo tolerar una situación denigrante para mi dignidad.

En espera de su contestación, saludo a usted con mi más alta consideración.

Alberto Asparón.