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Marcelo Peyret en AlbaLearning

Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 25

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 25

De Ramiro Varela a Celia Gamboa

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Cartas de amor (82)
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Divina:

Hoy la dicha pasó por nuestro lado, y tú la dejaste ir. Como el agua bajo los puentes, quizá nunca vuelva a pasar. Y entonces, tú, cuando ya sea tarde, llorarás la dicha ida, como lloro yo, ahora, la muerte de la más grande ilusión de mi vida: la de tu cariño, divina.

Sí; hoy he sentido la sensación de que algo se quebraba en mi interior, pasando por entre una racha fría que no sé, pero que me parece la auguradora del invierno de nuestro amor. . . ; ¡y yo que lo creía en plena primavera!

Cuando las rosas, todas en capullo se aprestaban a hacer eclosión, cuando ya se presentía la fiesta de colores, cuando ya sus perfumes embalsamaban el aire, tu negativa, racha helada como el cierzo, las ha marchitado todas.

¡Qué de esperanzas muertas, qué de proyectos rotos, qué de ilusiones quebradas!

¡Se diría que por el jardín de nuestro amor, una noche serena en que nada hacía presagiar el desastre, se levantó de pronto el vendaval, y pasó rugiendo por sus canteros floridos!

¡Qué frío hace ahora, en las almas, divina!

¡Qué cargado de negros nubarrones, el cielo de nuestro porvenir!

Sombras y más sombras se posan donde antes había luz, como negros pájaros de siniestros augurios sobre los arbustos florecidos y ya mustios.

Me dijiste que no . . . ¡Oh, divina!. . . Si tú supieras qué trágicas resonancias tuvo tu no en mis oídos. Era la negación de tu cariño, era sancionar la necesidad de una ceremonia para la entrega, era rebajar el amor, de un impulso a un cálculo, era hacer posible el formulismo de un prejuicio lo que no era dado alcanzar al amor por el amor mismo.

No me importa tu posesión por la posesión misma, por el goce de los sentidos, sino por lo que ella para mí significa. Ella querría decir que me amas por encima de todo, independientemente del prejuicio, de la sociedad, sin tener que apelar para darte a los repugnantes plazos de un noviazgo, en que se establece, con exactitud matemática, cuándo va a ser la entrega. Será tal día, después de tal ceremonia . . . casi puede establecerse la hora exacta ... y por eso es indigno de un amor como el nuestro, que no piensa, que no razona, que toma y se entrega con una espontaneidad que le hace perdonar su desvarío, y que cuando se llega al instante supremo, es en virtud de un lógico encadenamiento, porque así tiene que ser, porque así Dios lo manda, porque así Amor lo dispuso. . . ¡Ah! ¡Qué infinito goce el darse cómo tú debiste darte hoy, el de tomarte como yo debí tomarte hoy.

De pronto ambos nos hubiéramos sentido sin personalidad, el un todo del otro, constituyendo una sola persona, un solo cuerpo, como una necesidad de un único albergue para una única alma: el alma de los dos.

Pero tú no lo has querido, divina ... tú dejaste que la dicha pasara por nuestro lado, dejándola ir. . .

Y como el agua bajo los puentes, ya no ha de volver. No ha de volver, porque para ello fuera menester un gesto que tú no tendrás.

Mi amor, mi confianza en ti, la ilusión que de tu querer forjé, necesita para retoñar un desagravio.

Tú no vas a brindárselo. Porque tú no me amas como yo creía que me amabas, como te amo yo.

Mi amor es como un torrente que se desborda, que no conoce cauce, que lo arrasa todo a su paso, sociedad, familia, prejuicios, convencionalismos, con la misma facilidad que arrastra las briznas de paja que flotan sobre sus aguas.

Mi amor no piensa, no calcula, no medita: ama. Por eso me he dado todo entero, sin reservarme para mí nada, ni un pensamiento, ni una idea, ni un deseo.

Todo lo he ido volcando por tu oído en tu corazón.

Y tu corazón no ha querido guardar el tesoro de mi ternura.

Y es que tú, divina, no sabes querer como yo. Quieres con cuentagotas, serenamente, sabiamente.

A ti no te arrastrarán impulsos que no sientes. No sentirás la embriaguez de darte, porque lo tuyo fue un juego. Jugaste a quererme, y lo conseguiste.

Nada más, que tus juegos, divina, son crueles.

Víctimas de ellos, ahí tienes a mi pobre corazón agonizante y a todas mis ilusiones muertas.

No me quejo. Me diste lo que quisiste darme. Por tu ternura he vivido momentos inolvidables. Ella me hizo creer en la vida como en una gran promesa de felicidad. Y fui feliz. Por eso, ahora sufro, no me quejo. No hago más que llorar por tu amor perdido, porque no existes, porque la dulce y adorada novia de mis sueños, porque su cariño, porque su amor, no eran más que un espejismo, que se desvaneció cuando quise acercarme a él.

Perdóname, pues, si por última vez soy sincero, y mis sollozos, hechos palabras, suben a ti, con la libertad de una plegaria subiendo a Dios.

Ya no volveré a incomodarte. Me borraré de tu vida, como una de esas pesadillas que la mañana disipa. Porque mi amor, para tu indiferencia, ha de haber sido doloroso como un mal sueño.

Un enamorado es intolerable cuando no se le ama. Y tú no me has amado. Sino hoy no hubieras tenido valor para rechazarme; no hubieras sabido ser fuerte.

Demasiado fuerte para ser amante. Te admiro. Nunca te supuse tan dueña de ti, conservando en medio del delirio toda tu sensatez.

Y, ahora, adiós.

No volverás a oír hablar de mí. Peto ten la seguridad de que, a pesar del mutismo, del silencio que como una gran pausa trágica va a empezar, mi amor, inexpresivo y callado, seguirá subsistiendo en la sombra, como una montaña, que en la noche no se alcanza a divisar. 

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