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Pedro Muñoz Seca

"Adán y Evans"

Biografía de Pedro Muóz Seca en Wikipedia

 
 
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Música: Albeniz - Espana - No. 3 - Malagueña
 
Adán y Evans
OBRAS DEL AUTOR
Cuentos
Adán y Evans
El mudo
El panzaso
El sermón de las tres horas
Joselito el valiente
La friega
La muela de Currito
La pesca milagrosa
La porfía
La suerte de Currillo
¡Médicos, no!
Mosquito, Purgatorio y Compañía
Rafaelillo sin miedo
Salvadorillo el goloso
Trance apurado
Una noche triste
 
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(Evans por un lateral con unas cuartillas en la mano.)

Aquí me presento yo, señoras y señores y niños, si es que los hay. Y como me presento solo y no tengo quien me presente a ustedes, pues voy a presentarme yo solo. Bueno, claro está que ya me he presentado solo; pero quiero decir que como me presento solo, voy a presentarme solo... Me estoy haciendo un taco; pero, vamos, ya ustedes comprenden lo que quiero decir. Un servidor de ustedes es Juan Francisco Evans, periodista. He sido nombrado redactor de El Globo, un antiguo periódico que acaba de resucitar con grandes vuelos y que me parece que le va a quitar el tipo a todos los periódicos de la noche, incluso a El Día, porque no hay que ser muy listo para comprender que El Globo tiene forzosamente que subir...

Bueno, pues el director me dijo al admitirme:

—Oiga usted, amigo Evans: yo deseo que mi periódico publique diariamente una interviú; esos trabajos están ahora muy de moda; pero como desgraciadamente no queda un solo español a quien ya no hayan interviuvado, quiero que usted, que tiene imaginación y cultura, simule interviuves con cada una de las grandes figuras históricas o legendarias que han descollado en el transcurso de los siglos. Interviuves fantásticas, ¿eh? Un día puede ser Nabucodonosor, otro día puede ser Júpiter y otro día puede ser Marte. Conque, a trabajar, y a ver cómo lo hace; porque si su primer trabajo no me agrada, tendré el sentimiento de echarle de El Globo.

Bueno, y aquí estoy yo con mi primer trabajito interviuvista; porque es lo que yo me he dicho: planchas, no. Antes de llevarlo al periódico quiero leérselo a unos cuantos amigos, y mejores amigos que ustedes...

Claro que el trabajo no lo firmo yo con mi nombre. iQuiá! He buscado un pseudónimo, y por cierto que he encontrado uno que quita la cabeza. Primero pensé firmar con el pomposo pseudónimo de «El Caballero del Chaflán»; pero me dijeron que eso del chaflán no tenía bastante saliente, y voy a firmar con el pseudónimo de «Garrote»; así, en seco «Garrote». Como soy delgado, enteco y algo tieso, creo yo que el «Garrote» me pega.

Claro que ya habrán ustedes supuesto con quién he simulado mi primera interviú: he interviuvado a nuestro padre Adán. Yo quería que mi primer trabajo fuese un trabajo de verdadera altura y me dije: Mayor altura que el Paraíso... (Ríe.)

Me río, porque yo le pregunto a Adán en la interviú:

—¿Cuándo nació usted? Y él me contesta:

—Yo nací a los veintitrés años.

Y esto es una verdad como una mezquita. Adán nació a los veintitrés años. No sé si esto lo dice el Pentateuco; pero si no lo dice el Pentateuco, lo digo yo, y es de una lógica que lamina, porque ¡caramba! Si Adán nace como un crío cualquiera, figúrense ustedes qué espanto. Sin madre, sin nodriza, sin una persona que le diese los indispensables biberones... ¡Un horror! Y con la de animales que había en el Paraíso. Porque hoy día, y gracias a los medios de comunicación, los animales están más repartidos y hay animales en todas partes; pero entonces...

Oigan, oigan ustedes.

(Leyendo.)

—¿Recuerda usted, amigo Adán, algo de su nacimiento?

—Hombre, verá usted; tengo una idea muy nebulosa; pero, en fin, recuerdo que yo antes de nacer era barro.

—¡Caramba!

—Sí, señor: yo estaba al pie de una higuera.

—¡Hombre!

—A una cacatúa se le ocurrió hacer el nido en aquel frondoso frutal, y durante varios días estuvo cogiéndome y colocándome sobre unas pajitas.

—Muy interesante.

—Pero llovió tanto, que yo, hecho barro nuevamente, caí al suelo. Entonces pasó por allí el Sumísimo Hacedor. Se sentó bajo el árbol para guarecerse de la lluvia, y oí que decía: «He creado una de animales que me parece que se me ha ido un poco la mano; pero no he hecho ninguno que pueda calificarse de perfecto animal: voy a ver si me sale. Puesto que no tengo aquí otra materia, lo haré de barro. Lo haré de éste que se ha caído de un nido...» Y me cogió, me moldeó, me sopló, y me encontré de pronto tal como estoy.

—¡Caramba, caramba!... ¿De modo que usted, antes de nacer, ya estaba en la higuera?

—Sí, señor.

—Y óigame, querido Adán: ¿cómo lo pasaba usted en el Paraíso?

—Hombre, al principio estaba un poco cortado.

—¿Es posible?

—Sí, señor. Como el suelo estaba lleno de zarzas y yo no usaba brodequines...

—¡Ah! ¡Ya!

—Pero luego me habitué y no lo pasaba del todo mal. Cuidaba de los animales... Aquí mis gallinitas... Allá mis ovejas... Acomodaba a cada especie en su sitio para que no hubiese disturbios ni grescas...

—De modo que usted estaba en el Paraíso de acomodador.

—Sí, señor; de acomodador.

—Y dígame: ¿es cierto que hablaban los animales?

—No, señor. Hablaban únicamente los loros y las diversas especies cotorriles.

—¿Y qué decían los loros, recuerda usted?

—Lo de siempre: «Lorito real, para España y no para Portugal.»

—Muy bien.

—¿Qué animales bailaban en aquel entonces?

—El oso y el mono.

—¿Bailaba ya la tórtola?...

Esto le va a gustar mucho al director, porque siempre que se le habla de la Tórtola se le hace la boca agua.

Pero lo más interesante de la interviú es cuando yo le digo a Adán: «Hábleme usted de Eva», y coge Adán una silla para pegarme un silletazo. Porque, ustedes no me crean, pero yo juraría que la causa de todas las desgracias que llovieron sobre el pobre Adán, la tuvo la socia que le impusieron a la trágala. Bueno, Adán era un analfabeto, no tenia experiencia, y además era un primo; y es claro, cayó en el garlito. Pero a mí, con lo que yo sé de la vida, me ponen en un paraíso como aquél, con buena temperatura, buenos frutales, ligero de ropa y haciendo a todas horas mi santísima voluntad, y bueno; se me presenta una señora dándome la coba, y le doy una bofetada que la desvertebro. Ustedes me perdonen, señoras mías, pero tengo mis motivos para pensar así. Por eso en la interviú me meto con Eva. ¡Que se fastidie!... Oigan, oigan ustedes.

(Vuelve a leer.)

—¿Cuándo vió usted a Eva por primera vez, amigo Adán?

—Verá usted: yo me había dormido a la sombra de un guindo, y cuando abrí los ojos vi que como a dos metros había una señora metida en carnes, con las manos en el cogote y bailando esa danza que llaman de la cadera.

—¡Caracoles, qué raro!

—Yo me dije al verla: «Esta tía está loca»; y me levanté como para irme, y va ella y se me pone delante y me dice guiñándome un ojo: «¿Te la digo, resalao?» Aquello me hizo gracia, y como yo, en realidad, necesitaba una doméstica, le dije: «Bueno, mujer, quédate.» Pero bien me pesó, ¡bien!

—Sí, ¿eh?

—Calle usted, hombre. No tiene usted una idea de los disgustos que me proporcionó. Sisaba; hacía rabiar a los perros; andaba siempre detrás de los pollos; metía los toros en el gallinero para asustar a los gallos; coqueteaba con los elefantes, y me engañaba de una manera que no había derecho. Casi todas las tardes me decía que me había guisado un carnero, y luego me daba cada mico...

—Bueno; pero lo de la manzana...

—¿Qué manzana?

—¿Eh? ¿Pero a ustedes no les echaron del Paraíso porque comieron de las manzanas prohibidas?

—No, señor; si la fruta prohibida no era la manzana; era el coco.

—¿El coco?

—Sí, señor. ¡Anda! Y poco miedo que le tenía yo al coco.

—¡Caramba! ¿Y por qué lo comió usted?

—Porque no hay que darle vueltas, caballero; como una mujer se empeñe en una cosa... En fin; ya usted las conoce. Eva se levantó una mañana diciendo: «Este tío prueba el coco», y probé el coco, y además me gustó muchísimo el coco; cada cosa en su sitio.

—¿Tiene usted algo más que decirme, amigo Adán?

—Hombre, sí; que me molesta muchísimo, muchísimo, eso de que llamen Adán a todo el que es un sucio; porque yo, sépalo usted y hágame el favor de decirlo por ahí; yo me lavaba, me bañaba, me peinaba y hasta me sacaba la raya todos los días. Claro que mi indumentaria dejaba bastante que desear: dos hojas de plátano y un manguito de piel de nutria; figúrese usted...

—¡Ah! ¿De manera que las hojas no eran de parra?

—El primer día fueron de parra; pero luego opté por el plátano, porque me dije: estas hojas se estropean mucho, y como Eva se me suba a la parra, todos los días vamos a tener un disgusto.

—¡Ya!

—Después utilizamos para vestirnos plumas de distintas aves: plumas de águila, de avestruz, de ganso... Pero no todas servían, no, señor; las más a propósito eran las plumas de águila, por eso yo le dije a Eva: «Mira, para vestidos, El Aguila», y me vestí del Aguila hasta que sucumbí.

Y Adán no dijo más nada.
Ahora, si ustedes me dan
solamente una palmada,
con ella me indicarán
que mi interviú con Adán
merece ser publicada.

"Cuentos y cosas" 1919

     
 

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