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Miguel de Cervantes Saavedra

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

"El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha"

(Parte 2 - Capítulo 37)

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Biografía de Miguel de Cervantes Saavedra en AlbaLearning

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Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida

En extremo se holgaron el Duque y la Duquesa de ver cuán bien iba respondiendo a su intención don Quijote, y a esta sazón dijo Sancho:

-No querría yo que esta señora dueña pusiese algún tropiezo a la promesa de mi gobierno; porque yo he oído decir a un boticario toledano que hablaba como un silguero que donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena. ¡Válame Dios, y qué mal estaba con ellas el tal boticario! De lo que yo saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes, de cualquiera calidad y condición que sean, ¿Qué serán las que son doloridas, como han dicho que es esta Condesa Tres Faldas, o Tres Colas? Que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno.

-Calla, Sancho amigo -dijo don Quijote-; que pues esta señora dueña de tan lueñes tierras viene a buscarme, no debe de ser de aquellas que el boticario tenía en su número, cuanto más que ésta es Condesa, y cuando las Condesas sirven de dueñas, será sirviendo a reinas y a emperatrices, que en sus casas son señorísimas que se sirven de otras dueñas.

A esto respondió doña Rodríguez, que se halló presente:

-Dueñas tiene mi señora la Duquesa en su servicio, que pudieran ser Condesas si la fortuna quisiera; pero allá van leyes do quieren reyes, y nadie diga mal de las dueñas, y más de las antiguas y doncellas; que aunque yo no lo soy, bien se me alcanza y se me trasluce la ventaja que hace una dueña doncella a una dueña viuda; y quien a nosotras trasquiló, las tijeras le quedaron en la mano.

-Con todo eso -replicó Sancho-, hay tanto que trasquilar en las dueñas, según mi barbero, cuanto será mejor no menear el arroz, aunque se pegue.

-Siempre los escuderos -respondió doña Rodríguez- son enemigos nuestros; que como son duendes de las antesalas y nos veen a cada paso, los ratos que no rezan, que son muchos, los gastan en murmurar de nosotras, desenterrándonos los huesos y enterrándonos la fama. Pues mándoles yo a los leños movibles que, mal que les pese, hemos de vivir en el mundo, y en las casas principales, aunque muramos de hambre y cubramos con un negro monjil nuestras delicadas o no delicadas carnes, como quien cubre o tapa un muladar con un tapiz en día de procesión. A fe que si me fuera dado, y el tiempo lo pidiera, que yo diera a entender, no sólo a los presentes, sino a todo el mundo, cómo no hay virtud que no se encierre en una dueña.

-Yo creo -dijo la Duquesa- que mi buena doña Rodríguez tiene razón, y muy grande; pero conviene que aguarde tiempo para volver por sí y por las demás dueñas, para confundir la mala opinión de aquel mal boticario, y desarraigar la que tiene en su pecho el gran Sancho Panza.

A lo que Sancho respondió:

-Después que tengo humos de gobernador se me han quitado los vaguidos de escudero, y no se me da por cuantas dueñas hay un cabrahigo.

Adelante pasaran con el coloquio dueñesco, si no oyeran que el pífaro y los tambores volvían a sonar, por donde entendieron que la Dueña Dolorida entraba. Preguntó la Duquesa al Duque si sería bien ir a recebirla, pues era Condesa y persona principal.

-Por lo que tiene de Condesa -respondió Sancho, antes que el Duque respondiese-, bien estoy en que vuestras grandezas salgan a recebirla: pero por lo de dueña, soy de parecer que no se muevan un paso.

-¿Quién te mete a ti en esto, Sancho? -dijo don Quijote.

-¿Quién, señor? -respondió Sancho-. Yo me meto, que puedo meterme, como escudero que ha aprendido los términos de la cortesía en la escuela de vuesa merced, que es el más cortés y bien criado caballero que hay en toda la cortesanía; y en estas cosas, según he oído decir a vuesa merced, tanto se pierde por carta de más como por carta de menos; y al buen entendedor, pocas palabras.

-Así es, como Sancho dice -dijo el Duque-: veremos el talle de la Condesa, y por él tantearemos la cortesía que se le debe.

En esto, entraron los tambores y el pífaro, como la vez primera.

Y aquí, con este breve capítulo, dio fin el autor, y comenzó el otro, siguiendo la mesma aventura, que es una de las más notables de la historia.

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